Mi vida con sueño es el primer capítulo de una novela romántica contemporánea con mucho humor. Si te estás preguntando por qué se quedó en un proyecto, te diré que la cabra tira al monte y me embarqué en una historia de ficción sobrenatural, que es lo que más me gusta. Esa novela, por cierto, si Dios quiere, verá la luz este año.

Mientras tanto, te dejo con Maite. Ella misma se va a presentar. Aquí no te recomiendo que apagues la luz, como en otros relatos más tenebrosos. Aquí, lo ideal sería hacerse con un mojito y una buena tumbona reclinable.

¡A leer!

֍

Si me hubieran contado hace dos años cómo iba a estar yo ahora mismo, hubiera preguntado qué tipo de porro se habían fumado, luego me hubiera reído mucho y, como punto final, habría pedido una caladita.

Afortunadamente, nadie me contó nada porque me tendría que haber comido todas y cada una de mis palabras y carcajadas. Esta vida puede ser muchas cosas, entre ellas, sorpresiva y, definitivamente, nunca puedes decir «de esta agua no beberé… y este cura no es mi padre».

Os voy a contar cómo mi vida se puso patas arriba en cuestión de veinticuatro horas, pero antes haré una breve presentación de mi persona para que no digáis que os habéis sentado a leer la vida de una completa desconocida.

Me llamo Maite, tengo cincuenta años, una niña de quince (o eso parece a ratos) y un marido, miento, tenía un marido. Sí, un día tenía marido y al siguiente, no, así de fácil. También tenía un trabajo y horas más tarde, tampoco. Como podréis imaginar, las dos cosas pasaron al mismo tiempo.

No sé si os interesa mucho, pero os cuento que físicamente pues no estoy mal, oye. Estatura media de mujer española, ojos miel (vaale, marrón claro), castaña con mis mechitas y aficionada a las frikis de Instagram que hacen deporte. No soy un pivonaco de culo de acero, pero de momento, nada se tambalea en plan flan Dhul.

¿Qué más os puedo decir? Siempre tengo sueño, da igual las horas que duerma. No estoy enferma, ya lo pensé yo también. Es que soy así, una marmota, un perezoso de la vida, una cesta de gatetes junto al fuego. También os digo que tener sueño no me impide estar activa y hacer todo lo que tengo que hacer. El truco es no sentarme callada más de cinco minutos. Si esto pasa, olvidaos de mí, estaré babeando entre ronquiditos cuando os queráis dar cuenta. Por lo demás, soy una chica de lo más normal.

He dicho chica, consciente soy (por parafrasear al gran Yoda). Si os parece que estoy siendo generosa en exceso conmigo misma, puedo llamarme cincuentañera, pero lo de cincuentona… ni se os ocurra. Además, si no soy generosa conmigo misma ¿quién lo va a ser? Mi marido ya os adelanto que no.

Mi querida hijita de quince años. Sandra se llama la criatura. Venga, no voy a quejarme, no me ha salido drogadicta, ni muy ligera de cascos, con eso voy servida. Tiene sus cosas de quinceañera rock and rollera, con su tormenta hormonal a ratos insoportable, pero supongo que ella lo pasará peor porque son suyas (yo es que ya no me acuerdo).

Llegamos a mi ex. «Mi exxxx», qué raro suena. Amigos del barrio de toda la vida, empezamos a salir a los dieciocho y nos casamos a los veintisiete. Tras muchos intentos y negativos en unas pocas in vitros, tuvimos a Sandrita a los treinta y cinco, y hasta ahora.

¡Ale! Treinta y dos años de relación resumidos en una línea y media. Y os preguntaréis por qué se ha ido todo al garete, pues no creáis que yo lo tengo tan claro. La versión oficial dada por Luís (que así se llama el personaje), no me ha terminado de convencer. A ver qué os parece a vosotros.

Según él, la rutina le ha sobrepasado. Dice que quiere vivir nuevas experiencias, que su trabajo no le aporta nada y que soy la única mujer con la que ha estado.

Punto uno: rutina. No sé qué tipo de vida quería haber llevado, pero chico, si querías ser un 007 haberte metido a trabajar en el CNI, haber sido un actor empotrador o ¡yo qué sé! Nos pegábamos nuestros viajecitos, quiquis en el Renault 5, alguna cenita… Hijo, lo normal.

Punto dos: nuevas experiencias. ¿Como cuáles? ¿Escalar el Everest, tirarte en paracaídas, irte de retiro espiritual seis meses? Creo que nada de eso implica dejar a tu familia, llámame loca.

Punto tres: si no te gusta tu trabajo busca otra cosa. ¡Ah! Que es difícil que contraten a un hombre de cincuenta años (efectivamente, él es un hombre, no un chico). ¡Pues hazte Youtuber y habla de tus movidas! Todos podemos tener nuestro público, seguro que no eres el único machote en crisis existencial.

Y por fin, el mejor, el punto cuatro: ¿¡tendré yo la culpa de que no haya echado más polvos antes de empezar conmigo!? Porque ya tenía bastantes pelos en el… ¡Bueno, ahí!

¿Sabéis qué os digo? Que todo eso es farfolla. Si hubierais visto su cara al contármelo, estaríais conmigo. Manos en los bolsillos para ocultar sus manos, paseando de un lado a otro como María la Tonta, mirada al suelo, sudoroso perdido. ¿A qué huele todo eso? Exacto, ¡culpabilidad!

¡Se le ha cruzado otra y ya está! Lleva pasando desde el principio de los tiempos, pero yo pensaba que a nosotros nos iba bien. No éramos el sumun de la originalidad sexual, ni llevábamos una vida de espías encubiertos, pero si tienes que llevar a la niña a voleibol, arreglar el atasco del desagüe del baño de arriba por culpa de una bola de pelo del tamaño de un gato acostado y acercarte a Mercadona a por berberechos, ¡es que no da tiempo a operaciones especiales antiterroristas!

Quizá, pensado en frío, no supe ver las señales. Cierto es que su comportamiento extraño lo achaqué a una crisis de los cuarenta tardía. Por ejemplo, cuando me salió con que quería una moto o el curso de Master Chef, las clases de Crossfit, que lo dejaron baldado en menos de una semana… ¿Qué quería? Mucho se reía de mí cuando me veía pegando botes frente al móvil en alguna clase de GAP por Instagram. ¡Que qué hacía a mis años siguiendo clases de veinteañeras! Me preguntaba con sorna. Y entonces va él y se pone a hacer Crossfit con los apretados del gimnasio (así como seis lustros más jóvenes) de un día para otro.

¡Pero si se movía menos que Don Pimpon en una cama de velcro! Resultado: deslomao perdido.

Así que, a pesar de no ser un hecho confirmado, os digo que hay alguna pelandrusca de por medio. ¿Si no, de qué iba apuntarse al gimnasio?

He llorado mucho, ¿eh? No creáis que, aunque mi tono es desenfadado y no de plañidera total, no lo he pasado mal. Después de todo es una persona que ha estado en mi vida siempre. Como os dije, éramos amigos del barrio desde bien niños y hemos compartido de todo mi Luisito y yo.

Cuando me dijo que lo había pensado mucho y que, por fin, había tomado la difícil decisión de dejarme, obviamente, yo intenté que cambiara de idea. Hablé con él, le ofrecí cambios y alternativas, apelé a todos nuestros años de amistad/amor, a nuestra hija… Hasta que llegó un punto en el que me di cuenta de una cosa. No puedes obligar a nadie a quererte y Luís ya no me quiere, tan simple como eso.

A ver, sí me quiere, pero no de forma romántica. Entonces, tras dos meses de catatonismo ilustrado máximo, he llegado a una serie de conclusiones:

1ª: Tengo que asumirlo y punto.

2ª: Tengo que buscarme la vida. Necesito nuevo trabajo y nuevas distracciones.

3ª: Tengo que reconocer que ha sido valiente.

Sí, me guste o no, ha sido valiente. Otro en su lugar, se hubiera quedado donde estaba, cómodo en su rutina, y habría cascado unos cuernos (de haber habido otra, que aún no lo sabemos) o no hubiera hecho nada por cambiar una vida que ya no le llena. Y eso, amigos y amigas, es igualmente triste.

A mí me ha desbaratado todo el plan y a Sandrita pues, no sabría deciros porque esta niña cada vez habla menos, solo te mira como sospechando. Pero es lo que hay.

Venga, el tema del trabajo. Parece que Luís y mi antigua empresa se coordinaron para darme el zasca en el colodrillo el mismo día.

Yo llevaba media vida trabajando para Muebles FEGARPE, una de esas tiendas que viven continuamente en liquidación. ¿No se dan cuenta de que eso ya no cuela? En fin, Muebles FEGARPE. Ayudé a levantar esa empresa, estaba ahí cuando inauguraron, aporté ideas, les ayudé a salir de algún pufo que otro por las malas cuentas que echaba la petarda de contabilidad. ¡Por Dios, que son dos décadas! ¡Ea! no ha importado mucho. No había pestañeado tres veces seguidas tras la comunicación de divorcio de Luís, cuando me llegó un Whatsapp de mi jefe, diciendo que tenía que hablar conmigo. Aún tengo que agradecerle que lo mandara él y no el de recursos humanos. Habrá sido por los viejos tiempos.

Todo el mundo sabe que cuando alguien te dice eso de «tengo que hablar contigo» es algo malo, no hay otra opción posible. Y así fue, esa misma tarde me dio el finiquito, aludiendo a la mala racha que pasábamos. Con todo el dolor de su corazón tenía que deshacerse de parte de la plantilla para poder sobrevivir y no cerrar. Qué curioso que su recién llegada secretaria (a la que alguien debería invitar a un cocido y que sobrepasa la mayoría de edad con mucho esfuerzo), no ha entrado en ese grupo de despidos.

¡Pues a tomar viento! ¡Me da igual! Ya estaba harta de trabajar en una tienda con un nombre tan rematadamente feo y poco original. ¡FEGARPE! ¿Pero qué demonios significa eso? Os lo voy a decir para que comprobéis el nivel de estrujamiento cerebral que tuvieron al elegir el nombre del negocio. FERNÁNDEZ, GARCÍA Y PÉREZ. ¡Toma ya! No me extraña que haya ido poco a poco a la quiebra porque, está claro, el karma ha hecho su trabajo.

Menos mal que tengo a mis amigas siempre dispuestas a apoyarme moralmente y a lo que haga falta. Según algunas de ellas, no todas, ya descubriréis por qué digo esto, que Luís me haya dejado es de las mejores cosas que me podían pasar. Lo del trabajo les ha gustado menos, ya que les hacía descuentos sobre las liquidaciones de los colchones y cosas así. ¿¡Habré ayudado yo misma a que la tienda haya entrado en crisis!? Si es así, esto hubiera sido un hecho inevitable, algo escrito en las páginas del Gran Libro del Destino. Pensaré en ello más tarde.

Todo esto ocurrió hace cuatro meses y ya he hecho mis deberes. He salido del shock, he suplicado, he llorado un montón, me he echado la culpa, luego se la he echado a él, he vuelto a llorar, me he cabreado con todo, lo he asumido y por fin, estoy bien.

Y diréis ¿cómo es posible que haya superado en cuatro meses la ruptura de tantos años de relación? Pues porque tengo cincuenta primaveras y, como dice mi Sandrita, «mamá, te la sopla todo, pero mazo». No puedo perder tiempo, si tengo que volver a ser feliz, hay que empezar ya. Por eso esta tarde hay aquelarre en mi bar favorito. Todas mis mejores amigas estarán allí dispuestas a poner a mi servicio toda su sabiduría femenina y experiencia vital. Mientras tenga un mojito entre las manos, yo seré toda oídos.