Bueno, pues aquí tienes mi primer relato (de adulta, claro). Te voy a contar un par de chascarrillos sobre él, verás.
En aquel 2006 yo llevaba un año escaso en el Ejército del Aire. El búnker que describo, las instalaciones, los jardines… están inspirados en la unidad en la que yo trabajaba, dedicada a vigilar el espácio aéreo español. De hecho, esta pequeña historia fue escrita en la sala de seguridad de la que hablo, ya que mi función era la del soldado Nieto.
Cogí por banda a compañeros de la sala de control (tropa, suboficiales y oficiales) y les estuve pregutando cuál sería el protocolo a seguir si apareciera en sus pantallas alguna cosilla extraña (y aparecen, que lo sepas). Obviamente, esto es pura ficción, pero me gusta documentarme para que haya una base real en todos mis escritos. Luego hago (o no) de mi capa un sayo.
A día de hoy, diecisiete años después (¡venga hasta luego!), seguro que los protocolos habrán cambiado. Los que entendáis de esto, sed buenos conmigo, please.
En el año del accidente que detallo, ya había aviones C-130 (T-10) Hércules en nuestras fuerzas aéreas. También enganché a mi amigo Tony (expiloto de caza F-18) para que me explicara cómo podía ser un accidente real con los datos que yo le daba.
Resumiendo: como escritora de ficción y buena Antoñita la Fantástica, me gusta inventar, pero ¡tampoco hay que pasarse!
¡Ya te dejo leer! Si apagas la luz y aprovechas un momento de soledad, lo disfrutarás más (o, tal vez, no…).
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España, Aeródromo Militar de la Zulema, búnker UVIARS (Unidad de Vigilancia Aérea de Reserva Sur).
El Aeródromo Militar de la Zulema era una pequeña base del Ejercito del Aire ubicada en la provincia de Cádiz. Unas pocas instalaciones esenciales para una torre de control y dos Unidades formaban este complejo creado, principalmente, para albergar el búnker dedicado a la vigilancia del espacio aéreo español y el ETDR, el Escuadrón de Tratamiento de Datos Radar. La pista de aterrizaje, aunque se utilizaba en contadas ocasiones, seguía en uso.
La UVIARS fue creada como sistema de reserva por si alguno de los dos principales Grupos de Control Aéreo de España caía o necesitaba apoyo. Pero esa semana la importante misión de custodia aérea la llevaba el pequeño aeródromo, ya que el Grupo Norte no se encontraba operativo y el Central, participaba en unos ejercicios conjuntos con la OTAN que requerían toda su capacidad.
30 de julio de 2006. 22:00 h.
Daniel Nieto, soldado profesional con seis años de experiencia, había entrado de guardia de veinticuatro horas. Su destino: la Sección de Seguridad del búnker. El día había transcurrido tranquilo, como era habitual. En su pequeña oficina, o pecera, como la llamaban ellos, vigilaba las diferentes cámaras que había repartidas por la unidad y chequeaba el acceso a los diferentes controladores aéreos que entraban y salían del búnker en sus respectivos turnos y descansos. Había quedado con su amigo, el soldado Villa, que ese mismo día tenía turno de noche como operador en la sala de control.
Para cuando Villa llegó, Nieto llevaba trece horas de servicio. Tenía la cabeza embotada por la iluminación de la estancia y las pantallas, pero en diez minutos su compañera de guardia volvería de cenar y podría salir un rato.
⸻¡Ey, Nieto! ¡Qué pasa! ⸻saludó Villa, fresco como una lechuga, al mismo tiempo que se apoyaba en el mostrador de la oficina.
⸻¡Qué hay, tío! Más aburrido que cansado, aunque me duele un poco la cabeza, pero bueno… Ahora vendrá Chus y podré salir a estirar un poco las piernas. Puedo meterme un rato en la sala grande contigo. Está todo muy tranquilo, así que no creo que el teniente ponga pegas.
Nieto se estiró gesticulando.
⸻Ok, nos vemos ahora, entonces, voy a ir haciendo el relevo. ¡Empieza otra noche emocionante!
Nieto pulsó el botón de la cerradura electrónica que abría la puerta de acceso al búnker y Villa desapareció por el pasillo con una sonrisa irónica en los labios. Momentos después, estaban los dos compañeros sentados frente a una de las consolas de la enorme sala, donde los controladores seguían el tráfico aéreo. Mientras hablaban del último videojuego que se habían comprado, Villa escrutaba la pantalla donde aparecían las trazas de los diversos aviones que en esos instantes sobrevolaban España. No había mucho movimiento. En el sector que le tocaba vigilar al soldado operador tan solo había tres vuelos. De pronto, por en rabillo del ojo, este vio que, sobre una de las trazas que identificaban cada aeronave, aparecía una señal de alarma. Consultó el código que mostraba la pantalla: «Fallo mecánico en la aeronave». Inmediatamente, Villa activó varios filtros para comprobar el indicativo del avión, su altura, la velocidad. Se sorprendió mucho al ver que el indicativo del aparato le era desconocido, con una secuencia alfanumérica que no había visto antes y que la altura a la que volaba era anormalmente baja para ser un avión comercial si es que lo era.
Villa no perdió tiempo. Llamó al suboficial de guardia e informó a los compañeros de Identificación.
⸻¿Qué hace ese indicativo ahí? Hoy no ha dado ningún fallo el sistema, que yo sepa ⸻dijo el brigada, inclinándose un poco hacia la pantalla⸻. Además, esa altitud no tiene sentido a no ser que esté en serios problemas o sea una aeronave muy pequeña. ¿Tenemos contacto radio?
⸻De momento no, iba a intentarlo ahora.
⸻Si tiene traza, tiene plan de vuelo. Compruébalo.
Villa se puso a ello. La sorpresa se apoderó de todos cuando la línea que dibujaba la ruta del aparato tenía como destino la pequeña pista de su aeródromo.
—¿Pero qué…? No tenemos ninguna llegada hoy. ¿Hemos recibido algún teletipo de última hora y no se me ha informado? ⸻preguntó el suboficial, dejando entrever su incipiente cabreo.
—No, mi brigada. Voy a tratar de contactar con él.
—Bien. ¡Identificación! Hablad con las agencias de identificación civiles y que confirmen que ellos también lo ven. ⸻El brigada giró sobre sus talones y se alejó un poco de las pantallas, paseándose por la sala⸻. Ese tipo de indicativos son muy antiguos, ya no se utilizan. El caso es que… ese me suena de algo, pero no lo acabo de ubicar.
Mirando al suelo y frotándose la barbilla, el suboficial daba grandes zancadas tratando de recordar. Había algo en su memoria que parecía tratar de permanecer escondido.
⸻Aeronave con rumbo aeródromo de la Zulema, altura 4000 pies, velocidad 115 nudos. Sobrevuela espacio aéreo OTAN, comunique situación e intenciones.
Villa había sintonizado la frecuencia de emergencia y esperaba una respuesta.
⸻¡Mi brigada! Las agencias civiles no ven nada ⸻exclamó uno de los cabos de Identificación.
Todos sondearon la cara del suboficial, que en ese momento fijaba sus ojos en algún punto de la pared más lejana. Les pareció que una sombra de preocupación nublaba de forma fugaz su mirada.
⸻Voy a informar al controlador principal, seguid intentando el contacto radio.
El hombre abandonó la sala en dirección al despacho del oficial de servicio.
A los cinco minutos irrumpió de nuevo en la estancia, ahora seguido por el teniente.
⸻¿Sigue sin haber contacto?
El teniente Prado miró a los soldados con gesto serio.
⸻Sí, mi teniente ⸻respondió Villa.
El soldado empezaba a inquietarse, miró un momento a su amigo Nieto que observaba en silencio toda la escena. El chico estaba tan quieto que nadie había reparado en él.
⸻Tiene que ser un error, ese tipo de indicativo no se usa desde hace veinte años, por lo menos ⸻comentó el oficial con tono ausente.
⸻¡Perdón, mi teniente! ⸻Villa rompió el silencio—. Hay un helicóptero de la Guardia Civil sobrevolando esa zona. Si lo ve necesario, puedo pedirle por radio que se acerque a las coordenadas para echar un vistazo. Está bastante cerca.
El oficial echó una rápida mirada al brigada y luego miró al muchacho. Accedió con un movimiento de cabeza. El operador pidió una frecuencia privada de radio y, tras ponerse en contacto con el helicóptero, comenzaron a hablar por ese canal.
⸻Echo, Charlie, Delta 15; aquí Fénix 5, ¿me recibe? ⸻llamó Villa.
⸻Aquí ECD15, ¡adelante Fénix 5! ⸻respondió el piloto del helicóptero.
⸻ECD15, tenemos una traza en pantalla. No hay contacto radio y vuela en condiciones extrañas, quizá tenga problemas. La aeronave se encuentra muy cerca de ustedes, ¿podrían acercarse para confirmación visual? Les paso las coordenadas.
Transcurrieron unos segundos en los que Villa supuso que estarían comprobando la distancia de las coordenadas a su posición.
⸻Afirmativo, Fénix 5. Ya nos íbamos, pero está aquí al lado. Iniciamos acercamiento para reconocimiento visual.
Se hizo el silencio en el altavoz. En la sala de control el pequeño grupo observaba en la consola cómo el helicóptero se iba acercando a la aeronave desconocida. Al cabo de unos minutos, los dos aparatos se supone sobrevolaban la misma zona. La voz del piloto comenzó a escucharse de nuevo.
⸻Fénix 5. La supuesta aeronave aparece en nuestro radar, pero no hay contacto visual. He comprobado las coordenadas tres veces… Qué raro, la noche está completamente despejada, deberíamos verlo.
El rostro de todos pasó de la extrañeza al asombro al escuchar al piloto de la Guardia Civil.
⸻ECD15. ¿Está seguro? El aparato existe físicamente, tiene que estar ahí.
⸻Fénix 5. Aquí no hay nada.
La radio se silenció.
El oficial miró, ceñudo, al brigada. Justo cuando Villa iba a agradecer el favor al piloto del helicóptero, el altavoz volvió a emitir.
⸻¡Un momento! Sí, veo algo. Una especie de avión de carga, como a unos cien metros delante de nosotros.
¡¡¡Grrrrsss!!! Unas interferencias interrumpieron al piloto.
⸻Es muy difuso, no lo distingo bien, ¡pero es bastante grande! ⸻dijo, sorprendido.
¡¡¡Grrrsgrrsssrs!!! Las interferencias se hicieron más fuertes.
⸻Parecen un…
¡¡¡GRRSSSRSSS!!! Todos los allí presentes dieron un respingo al escuchar el volumen de los sonidos que irrumpían por el altavoz.
⸻¡… cules!
Fue lo único que entendieron al piloto del helicóptero.
⸻ECD15. ¡Repita, por favor!
La voz de Villa sonó seriamente preocupada y un poco más aguda de lo normal. El brigada apoyó una mano en el hombro del muchacho tratando de infundirle un poco de calma.
⸻¡Un Hércules! Repito, ¡aeronave de carga tipo Hércules!
¡Ggrrrsrsrsrsr!
⸻¡Dios mío! ¡Parece estar estacionario! Procedemos a acercarnos, no hay contacto radio.
Nieto y Villa eran incapaces de apartar la mirada de las pequeñas señales verdes que indicaban la posición de los dos aparatos. Efectivamente, la señal del supuesto avión de carga, ahora, no daba movimiento alguno.
⸻¡Lo tenemos delante! En un lateral pone algo. ⸻Las interferencias hicieron taparse los oídos al operador⸻. ¡Dumbo 13! Creo que es lo que está escrito en su costado. Sí, confirmado, pone e…¡¡¡Dios mío!!!
Una cacofonía tremenda de ruidos se escuchó por los altavoces y la comunicación se cortó.
El oficial, imperturbable, parecía de cera, pero sus atónitos ojos lo decían todo. Por su parte, el brigada, veterano en largas noches de guardia, se había quedado estático al escuchar el último mensaje del piloto. En un esfuerzo había conseguido mover un brazo para pasarse la mano por la calva, a esas alturas, bastante húmeda.
⸻ECD15, ¿Se encuentran bien? ECD15. ¡Conteste!
Silencio.
⸻¡La traza del Hércules ha desaparecido! ¡Ya no está, mi teniente! —dijo Villa angustiado.
¡¡¡Grrsrsrrrsrr!!! Los sonidos metálicos se abrieron paso de nuevo.
⸻¡Fénix 5! ¡Aquí ECD15! ⸻trasmitió por fin el helicóptero.
⸻¿Qué ha pasado? ¡¡Informe!! ⸻vociferó el operador saltándose todo protocolo.
Al otro lado, se escuchó vacilar al guardia civil.
⸻Acabamos de ser atravesados por el Hércules… Ha pasado a través de nuestro helicóptero como si fuera una nube de humo. Estamos bien, repito, estamos bien.
El tono del piloto, de absoluta incredulidad, sonaba como cuando alguien cuenta algo y sabe que le tomarán por loco. El asombro que reinaba en la sala de control podía notarse como un elemento físico más. Cada par de ojos buscaba al oficial para que les diera una explicación que sabían no obtendrían.
⸻¿Qué es eso de Dumbo 13, mi teniente? —preguntó Nieto con la mirada perdida y la voz temblorosa.
El teniente dirigió su mirada al suelo y se encogió de hombros.
⸻Nada. No ha podido ver eso. Ese avión no puede volar. Ya no.
⸻¿¡Conoce ese Hércules!?
Villa estaba rozando la histeria.
⸻Cálmese, soldado ⸻ordenó el brigada, que sabía muy bien a qué aeronave pertenecía ese nombre. El escurridizo recuerdo se había dejado atrapar, por fin.
⸻Todo el que sepa algo de la historia de esta base conoce ese avión, ¿no es así, Roya? ⸻ El teniente se dirigió al suboficial.
⸻Imposible, el accidente… ⸻se escuchó decir, casi en un susurro, a un sargento primero de Identificación.
El brigada Roya meneó la cabeza y tomó la palabra.
⸻Ocurrió el 2 de julio del 76. Lo recuerdo perfectamente, era sábado. Yo acababa de entrar en el ejército, llevaba escasos seis meses en esta unidad. Un chiquillo… El Dumbo 13 venía con serios problemas mecánicos. Una bandada de pájaros los sorprendió cuando entraban en zona de aproximación, con tan mala suerte que algunos de ellos se metieron en los motores del plano derecho y los destrozaron. El piloto compensó como pudo esa pérdida y se acercó a la pista para un aterrizaje de emergencia. Pero su destino estaba ya escrito. Una ráfaga de viento en cola les robó toda la sustentación y sin potencia, la aeronave cayó a plomo. La explosión a causa del motor que ya venía en llamas y el combustible derramado hizo el resto. No sobrevivió nadie. Ninguno de los miembros de la tripulación, ninguno de los treinta compañeros que regresaban de un destacamento en África. Entre ellos, uno que pertenecía a este aeródromo.
El hombre veía de forma clara las imágenes de aquella noche trágica en su memoria. Cerró los ojos con fuerza y negó con la cabeza, como si aún no entendiera la concatenación de terribles casualidades que terminaron de una manera tan atroz.
⸻Fue una pesadilla. Aún puedo recordar el amasijo de hierro y cuerpos, el olor a muerte y combustible que quedó en el aire durante días.
El teniente miró a su compañero con una tristeza velada en los ojos. Luego se volvió hacia el resto del personal que, en ese momento, contenía el aliento.
⸻Hasta que se aclare este asunto, nadie hablará de lo sucedido aquí. Comprobad que todo ha quedado registrado, mañana informaré al coronel. Ni una palabra. ¡Es una orden!
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Mientras tanto, Chus, la compañera de Nieto, se encontraba en la oficina de seguridad ajena a todos esos acontecimientos. Volvió a chequear el sistema de cámaras. Este solo las ponía a grabar si cualquiera de los detectores volumétricos captaba algún movimiento en las dependencias de la unidad. Después, regresó al libro al que estaba enganchada. Se había propuesto terminarlo aquella noche, pero como siempre le pasaba, a la quinta o sexta página caía sobre ella, como una losa, un sueño inmisericorde que estaba haciendo que aquella novela estuviera durando meses.
Eran las once de la noche, nadie salía del búnker a esas horas por lo que no se enterarían si descansaba la vista un rato. Chus se recostó un poco en la butaca frente a los monitores y se abandonó a una rápida siesta. A los diez minutos se despertó de golpe con la piel erizada. De pronto hacía frío allí. Se giró para mirar la temperatura del aire acondicionado y una sensación extraña la recorrió entera al ver que el armario que había tras ella y los dos claveros con las llaves de las distintas dependencias de la unidad estaban abiertos. Tenía la total seguridad de que todo estaba cerrado cuando Nieto se fue. Se levantó y los cerró de nuevo sin darle mayor importancia, aunque un poco sorprendida. Decidió probar suerte con la novela. Pasó un rato cuando un ruido en el pasillo exterior hizo que levantara los ojos del libro de forma brusca. No se movió, solo fijó la mirada en el monitor que tenía enfrente. El LED rojo, que se encendía si la cámara grababa, parpadeaba, insistente. Examinó cada centímetro cuadrado de la imagen que estaba observando en la pantalla. No había nada que se moviera, ni si quiera uno de los gatos que residían en el aeródromo. El piloto del monitor de al lado se encendió, también e igualmente, tampoco encontró nada que pudiera haber detectado el volumétrico.
⸻¿Qué demonios estáis grabando? ⸻musitó para sí misma.
Chus empezó a inquietarse cuando los pilotos de los nueve monitores de la salita se encendieron uno detrás de otro. De un salto, se levantó de la silla para descubrir con horror que el armario y los claveros volvían a estar abiertos. El color desapareció de su rostro y solo pudo abrir la boca sin pronunciar ni una palabra. Desconcertada, miró rápidamente a la puerta de la habitación. ¡El cerrojo estaba echado! ¡Nadie podía haber entrado allí para gastarle algún tipo de broma!
Casi se le sale el corazón al oír unos golpes en el panel metálico. Se lanzó al cerrojo y luego al picaporte y abrió, era Nieto que volvía de la sala de control con un aspecto tan malo como el que tenía ella en ese momento.
⸻¿Qué te pasa? ⸻preguntó su compañero, haciendo un esfuerzo, al ver la cara de Chus.
⸻¡Las cámaras! ¡¡Las cámaras están grabando!! ⸻consiguió articular la soldado.
⸻Vale… ¿Y qué graban?
Nieto salió de su aturdimiento y recorrió con la vista los monitores.
⸻¡¡Nada!! ¡¡¡Nadie!!! ¡Mira! ⸻Chus señaló las pantallas y después la habitación—. ¡¡Alguien ha desordenado esto mientas leía!!
⸻¿Cómo que alguien? Tenías la puerta cerrada, ¿no? ¿Y por qué hace tanto frío aquí?
Mientras observaba el caos de la oficina, Nieto estaba cada vez más perdido. Chus se quedó inmóvil. Ante los ojos de los dos estupefactos soldados, en las pantallas, empezaron a verse unas extrañas luces. Se movían rápido, de un lado a otro, como si pasearan descontroladas. El miedo se adueñó de ellos cuando esas luces empezaron a alargarse, adquiriendo una forma humanoide. Nieto y Chus contemplaban, con ojos aterrados, cómo aquellas siluetas fantasmales se hacían cada vez más nítidas. Había decenas paseándose por los jardines exteriores del búnker. Una de ellas, que parecía llevar el uniforme de mono de vuelo, se quedó quieta delante de uno de los DOMOS y sin dar tiempo a más, se lanzó contra la lente, dejando a la vista una espeluznante cara huesuda y descompuesta. El grito de los dos compañeros se escuchó en toda la edificación. ¡Aquel rostro parecía que iba a salirse del monitor! Alertados por los gritos, el controlador principal y el brigada acudieron a la sala de seguridad.
⸻¿¡¡¡Qué coño está pasando aquí!!!?
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22:30 h. Aeródromo militar de la Zulema, ETDR (Escuadrón de Tratamiento de Datos Radar), garita de seguridad. A un kilómetro del búnker.
El soldado Álvarez se encontraba hablando por radio con otro compañero de servicio. Hacía mucho calor a pesar de ser noche cerrada, miró de reojo el termómetro y vio unos sofocantes 29 ºC.
⸻Las once y estoy asado como un pollo, ¡no corre ni una brizna de aire! Pero claro dentro no sabéis qué es eso del calor, ¿no? ⸻dijo con retintín.
⸻Sí, el aire acondicionado está muy bien. Sin contar con que a la hora de estar aquí metido ya estás helado y tienes que ponerte el abrigo, aunque sea pleno verano. Pero claro, los de fuera no sabéis lo que es un resfriado en agosto, ¿verdad? ⸻respondió una voz por el walkie con el mismo tonillo.
Álvarez sonrió al recordar a su amigo con un eterno pañuelo de papel en la nariz. Soltó un bufido al notar una gota de sudor resbalando por la espalda.
⸻Joder, ¿y si me quito la guerrera? ⸻preguntó al mismo tiempo que jugueteaba con una cajetilla de tabaco con la mano libre.
⸻Sabes que si lo haces, a tu subteniente favorito le van a dar ganas de salir a fumar. Pagaría por ver el tubo que te iba a meter.
El soldado dio un par de golpecitos con la cajetilla en la pequeña mesa auxiliar de la garita y chasqueó la lengua, dando la razón de forma silenciosa a su colega. Por el rabillo del ojo, captó un movimiento en la zona del aparcamiento. Volvió la cabeza hacia allí y observó a un hombre que se acercaba despacio. Extrañado, realizó un barrido con la vista y no encontró ningún tipo de vehículo estacionado.
⸻¿De dónde ha salido ese tío?
Álvarez apretó el botón de comunicación del walkie.
⸻Ahora seguimos, viene alguien. ¡No te mueras de frío! ⸻dijo más bajo antes de posar el walkie sobre la mesa.
Se levantó para saludar. Cuando el visitante estuvo más cerca, comprobó que era un comandante. Álvarez solo llevaba una semana en ese puesto y aún no conocía bien a todo el personal, pero la cara del oficial le sonaba.
⸻¡A la orden, mi comandante, buenas noches!
El oficial hizo un pequeño gesto con la cabeza, casi imperceptible, que Álvarez tomó como la contestación a su saludo. Luego, se quedó inmóvil frente a él. Tenía un aspecto algo raro, parecía estar fatigado, con unas ojeras muy marcadas y un color de piel demasiado claro para esa época del año. Álvarez le preguntó si deseaba algo y el oficial mantuvo silencio. No sabía por qué, pero aquel hombre le produjo un escalofrío.
⸻Guerrero. Cuarenta y tres ⸻dijo, al fin, el oficial con una voz que parecía venir de muy lejos.
El soldado, ante tan escueta respuesta, dio por hecho que quería la llave n.º 43. Sin ánimo de contrariar a ese personaje tan poco hablador, se giró y la cogió de un clavero que había a su derecha. Aún no era la hora del cambio de oficial de guardia, pero pensó que aquel comandante habría llegado antes para hacer el relevo con más tranquilidad. Esa llave era la del vestuario de oficiales.
El extraño extendió la mano y Álvarez dejó caer la llave en su palma. El soldado observó al hombre, que se introdujo en el edificio y desapareció con el mismo silencio que había traído. Volvió a coger el walkie.
⸻¡Ey! Acaba de entrar un comandante rarísimo a los vestuarios. Cuando llegue a la sala, ¡haz que trabajas, por lo menos! ⸻dijo con la ironía que le definía.
⸻¡Por supuesto, no soy yo quien se está jugando la vida en la garita!
Se escucharon unas risitas por la radio.
⸻Por cierto…, ¿la temperatura puede bajar seis grados en dos minutos? ⸻preguntó y atisbó el termómetro de nuevo⸻. ¡Oye! Ahora te llamo, se acerca Navarro.
Esta vez, en la galleta de identificación del recién llegado, aparecían dos estrellas. Al soldado empezó a llamarle la atención tanto oficial suelto en medio de la noche.
⸻Buenas noches, Álvarez. Deme la llave del vestuario, por favor ⸻pidió el teniente.
⸻A la orden, mi teniente, buenas noches. El vestuario ya está abierto. El comandante Guerrero se la llevó hace unos tres minutos.
El oficial alzó la vista de la hoja de entrada que estaba firmando.
⸻El comandante, ¿qué?
⸻Guerrero. Llegó hace un momento, me la pidió y se la di a él ⸻respondió con naturalidad.
El teniente le echó una mirada neutral y levantó un poco una ceja.
⸻Acompáñeme, Álvarez.
Esperó a que el chico saliera de la garita, luego le condujo por la entrada hasta el pequeño recibidor de la Unidad. Se detuvieron frente a un cuadro grande con una placa conmemorativa.
El pobre Álvarez no pudo evitar el nudo en el estómago al pensar que había metido la pata de alguna forma. Solo llevaba siete días allí y ya le iba a caer la primera bronca.
⸻¿Qué Guerrero? ¿Ese Guerrero? ⸻cuestionó el oficial, señalando una de las dos fotos que aparecían en aquel cuadro. El soldado miró con atención y asintió con la cabeza.
⸻¿Le importaría leer la inscripción que hay bajo la foto?
⸻A la orden, mi teniente: «En honor a la memoria del comandante Guerrero, apreciado compañero de esta Unidad. Fallecido en acto de servicio como consecuencia del fatal accidente aéreo del 2 de Julio de 1976…».
Álvarez fue bajando el tono de su voz a medida que leía la frase que apenas pudo terminar. Su rostro, blanco como la cera de una vela, repasaba milímetro a milímetro las facciones de aquel retrato. No cabía ninguna duda, ¡era la misma persona que le había pedido la llave hacía un momento! Tartamudeando intentó volver a explicárselo al teniente.
⸻No importa, vuelva a su puesto.
⸻Pero, mi teniente, le juro que…
⸻¡Gracias, soldado! ⸻le cortó el oficial.
⸻A la orden…
Álvarez se fue con el cuerpo destemplado, no sin girarse dos veces más para mirar la foto de aquel hombre al que había visto a la perfección.
El joven teniente se quedó allí parado frente al cuadro. Tras unos segundos, se dirigió al vestuario. El largo pasillo que llevaba a esa zona estaba prácticamente a oscuras. Solo la tenue iluminación de una amarillenta luz de emergencia brillaba lánguida y distante al fondo del corredor. Al final, podía intuirse la forma de la puerta del vestuario de oficiales, la cuarenta y tres. Echó a andar. Mientras caminaba le rondaba algo en la cabeza, algo que no era el momento de recordar. Al llegar a la puerta comprobó que estaba entreabierta y la luz de dentro, como ya se había percatado mucho antes, apagada. Empujó despacio y encendió la luz, el zumbido de los neones inundó la habitación.
⸻¿Hola? ⸻ alzó la voz⸻. ¿Hay alguien?
Miró al suelo y levantó el pie pues, al dar un paso para entrar, había pisado algo. Era la llave, tirada en medio de una especie de líquido espeso. La cogió y sintió frío, ese frío especial que recorre la columna cuando notas que estás cerca de algo que no es de aquí. Esa sensación le trajo a la mente aquello que no quería recordar. Mucho antes de la reforma de la Unidad, esa área era donde se ubicaban los despachos de los antiguos dirigentes del ETDR, o lo que es lo mismo, los despachos del teniente coronel Lucio y el comandante Guerrero, fallecido hacía treinta años.
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Búnker UVIARS 22:30 h.
Todo era una locura. El controlador principal solo necesitaba unos minutos para poder enfriar su sacudido entendimiento y tomar una decisión. Mientras observaba, estupefacto, las extrañas figuras en los monitores de la oficina de seguridad, los teléfonos de la sala de control habían empezado a sonar. Al descolgar se escuchaba una confusión de rápidas voces y murmullos sin ningún sentido. Las alarmas de las consolas pitaban y parpadeaban, el personal iba y venía comprobando datos fantasma. ¡No podía pensar, todo era absurdo!
Y de pronto, como si alguien hubiera pulsado un imaginario botón de pausa, silencio. El mundo se ralentizó. Era como si una burbuja en el tiempo hubiera atrapado ese momento. Las alarmas callaron, las señales luminosas de los aparatos parpadeaban con una cadencia muchísimo más lenta. La gente gesticulaba y sus movimientos eran como si todos estuvieran sumergidos en agua. En medio de esa quietud líquida y de ese silencio antinatural, comenzaron a escucharse las conocidas interferencias de radio por todos los altavoces de la sala. Estaban mezcladas con susurros que, al cabo de unos segundos largos como horas, fueron haciéndose más audibles. Una especie de voz formada por otras muchas, metálicas y graves a la vez, se distinguió entre los insólitos sonidos. Esa voz horrible, extenuada, que ponía los pelos de punta, pues parecía venir directamente del infierno, pronunció la siguiente frase ante el terror de todos: «Hemos llegado. Nuestra base… Ya no nos vamos».
Alguien se movió y tiró un bolígrafo, que cayó desde una mesa como si fuera una hoja de papel. Cuando toco el suelo, el tiempo recuperó su velocidad. Nadie era capaz de articular palabra. Un controlador miró su pantalla. Todo volvía a estar en orden, los datos, el tráfico aéreo. En la oficina de seguridad, los entes desaparecieron, las cámaras dejaron de grabar. Nada parecía haber pasado. El teniente, apenas recuperado el aliento, hizo un gesto al suboficial indicándole que salieran a hablar en privado. En la sala nadie dijo nada, nadie se movía, tratando de procesar aquella noche imposible. Tras media hora, el oficial y el brigada llamaron a todo el personal de la Unidad a la sala de control. Como habían comprobado hacía un buen rato, nada de lo ocurrido estaba registrándose en dispositivo alguno. Ni siquiera, al visualizar las grabaciones de las cámaras de seguridad, encontraron una sola anomalía. Nada de las luces, solo los exteriores del búnker tan solitarios como cabía esperar a esas horas. El teniente Prado se puso frente a sus compañeros y, con todo el aplomo que requería su cargo, dijo:
⸻No tenemos pruebas de lo ocurrido hoy aquí. Daré parte oficial al coronel en privado y él decidirá lo que considere oportuno. En cuanto a ustedes, tienen totalmente prohibido contar o afirmar cualquier hecho sucedido esta noche. Si de verdad alguien ha llegado a esta base, pero no vuelve a dar señales de su existencia, seremos los únicos que deban saberlo. Ahora, por favor, continúen con su trabajo lo mejor que puedan…
Los hechos de aquella noche, por supuesto, quedaron para siempre en el recuerdo de todos los miembros del pequeño Aeródromo Militar de la Zulema.
Pero esos extraños seres sí volvieron a dar señales. Las dan más de lo que estamos dispuestos a creer. En cualquier lugar. ¿Quién va a pensar, de primeras, que un escalofrío, una sombra que vislumbramos, objetos que desaparecen inexplicablemente o aquella vez que escuchamos de forma clara nuestro nombre y no había nadie… es cosa de fantasmas?
Da igual dónde nos encontremos o cuándo.
Ellos siempre están.