ADIÓS, PAPÁ

JAKE

¿Hasta cuándo es capaz uno de aguantar? ¿Hasta dónde llegan el deber y la lealtad hacia tu familia? Solo tenemos una vida. ¿En qué punto decidimos decir basta?

Estoy sentado en un banco de la parroquia del barrio que me vio crecer. Mi cabeza está inclinada hacia delante. Aprovecho esta posición para estirar un poco el cuello, mis manos reposan juntas sobre mis piernas, mantengo los ojos cerrados. No he dormido demasiado en las últimas semanas y eso me está pasando factura. Me duele la cabeza por la falta de sueño y el estrés acumulado, y noto todos los músculos de mi espalda rígidos. El sacerdote reza una última oración por el alma de mi padre, el funeral está a punto de acabar.

A mi derecha se encuentra mi madre, Helen, y a mi izquierda mi hermana Naomi. Noto que una última lágrima resbala por la mejilla de mamá; mi hermana tiene un semblante sereno. Sus miradas perdidas, como pensado en el futuro que les espera a partir de ahora, me hacen suponer que este es el último adiós, que están cerrando este capítulo.

La enfermedad de mi padre fue dura para todos, pero en especial para ellas que lo acompañaron en la última etapa de su vida. Lo vieron debilitarse y perder la mayoría de las funciones corporales básicas. Mi padre siempre fue un hombre recto, orgulloso, que antepuso el trabajo a sus hijos y a su mujer en demasiadas ocasiones y de firmes creencias. Pero el cáncer aplastó todo eso, se lo llevó por delante como un tsunami. Quizá por eso fue más chocante para él darse cuenta de que al final, solo queda el amor de los tuyos.

Me independicé hace muchos años, pero cuando el oncólogo nos comunicó la metástasis hace dos semanas, me trasladé a la casa de mi infancia.

Soy abogado. Desde que terminé la carrera he trabajado en el bufete de mi padre y sus socios. Era lo que se esperaba de mí y eso es lo que hice. Nunca me gustó esta profesión, nunca quise estudiar Derecho, al igual que nunca se me dio opción a elegir otra cosa. Recuerdo haber intentado rebelarme cuando tuve que echar la matrícula para la universidad. No obstante, mi padre no era uno de los mejores abogados de Nueva York por casualidad. Utilizó todos sus recursos y aplastantes alegatos sobre mi deber de continuar el legado que él había creado para nosotros. Me convenció de que aquello era lo correcto y, así, dije adiós a cualquier posible sueño.

De esta forma he invertido toda mi vida y esfuerzo laboral en hacerme un hueco en este difícil y complicado mundo que es la abogacía, tratando de llegar a las expectativas de mi padre y engañándome a mí mismo para encajar en un rol que no he deseado en ningún momento. Al final me di cuenta de que para él nunca iban a ser suficientes el tiempo que yo invirtiera o las cosas a las que renunciara con tal de cumplir con mi deber familiar. Yo no soy el gran Joseph Jones y él lo sabía.

He soportado estos años gracias al amor incondicional de mi madre, que trataba de amarnos, a mi hermana y a mí, por ella y por mi padre. Siempre comprendió que yo no quisiera esa vida; ella sabía que yo era diferente a él, pero también sabía que no había nada que hacer.

Mis amigos, siempre ahí los unos para los otros sin excepción. Gracias a ellos también ha habido alegría, experiencias y vivencias únicas, por supuesto. Y las que nos quedan…

Como era de esperar mi padre dejó todo bien atado en su testamento. La fortuna que amasó con tantísimo trabajo durante toda su vida es para nosotros. Me duele pensar que yo hubiera preferido no heredar ni un céntimo si con eso hubiera podido disfrutar de un padre presente en mi día a día. Después de todo, mi esfuerzo en esta profesión también ha dado sus frutos. Le dije a mi madre que se quedara con mi parte, a lo que se negó en rotundo. «Guárdalo o inviértelo, pero quédatelo, hijo, nunca sabemos los giros que puede dar la vida», me dijo ella. No sé, quizá solo sea un desagradecido.

Aquí sentado, en silencio, rodeado de familia y amigos, acabo de tomar la decisión más difícil de mi vida. Asumiendo que puede ser que nadie en este mundo lo entienda, que muchas personas me darán la espalda por ello y rezando para que ninguna de ellas sea ni mi madre ni mi hermana, por fin, lo veo claro. No quiero perder más tiempo en esta niebla gris en la que vivo desde hace casi catorce años. Digo: «¡ya basta!», porque, simplemente…, él ya no está.

HASTA PRONTO, MAMÁ

JAKE

Han pasado tres días desde el funeral. Toda la familia que vive lejos de Nueva York se ha ido ya y mi madre por fin puede estar tranquila. Es curioso el cambio en mi hermana y ella; es muy sutil, creo que soy el único que se ha dado cuenta de que detrás de su tristeza hay algo más… ¿Libertad?

Siento muchas cosas: pena, arrepentimiento, incertidumbre, miedo…, pero también siento como si pudiera respirar con más facilidad, emoción por ir a dar un salto al vacío, esperanza. Mi decisión está tomada y esta noche se lo comunicaré a ellas.

Mi madre y Naomi están en la cocina preparando la cena. Por primera vez desde hace tiempo las veo hablar relajadas de cosas triviales. Me acerco y las saludo con un leve beso en la mejilla.

—Hola, cariño, ¿ya llevaste a tu tío al aeropuerto? —pregunta mamá.

—Sí, al final llegamos bien de tiempo, no había demasiado tráfico.

Mi madre remueve el sofrito en la sartén mientras yo voy despacio de un lado a otro de la cocina. Me mira de reojo con esa pequeña sonrisa de comprensión tan suya.

—¿Vas a soltarlo ya o harás un surco en el suelo con tanto paseo?

—Venga, hermanito, se ve a kilómetros que te ronda algo por la cabeza —añade Naomi mordisqueando una zanahoria.

Qué bien me conocen.

—Mamá…, yo… he estado pensando que… ahora que ya no…

Me paso la mano por el pelo y suspiro un poco. Lo hago cuando me pongo nervioso y no sé por dónde tirar. Mamá retira la sartén del fuego y las dos se giran. Apoyadas en la encimera con los brazos cruzados se me quedan mirando con expresión divertida. Me encanta que se parezcan tanto. Naomi es la primera en hablar.

—¿Cuándo te vas, Jake?

Me quedo mirándola con los ojos como platos y sin saber qué decir.

—Cariño, las dos sabemos lo que vas a decir y quiero que sepas que te apoyamos en cualquier decisión que tomes a partir de ahora.

Mamá alarga una mano para coger la mía y frenar así mi nervioso deambular.

—Mamá, no quiero que pienses que soy un egoísta al querer…

—Quiero ponértelo fácil porque te lo mereces, cielo. Has hecho más que suficiente y yo…, nosotras, estaremos más que felices de que por fin vivas la vida que tú y solo tú deseas. Arregla todo como creas conveniente y vete. Pero no muy lejos, ¡no quiero perderte demasiado tiempo de vista!

Se acerca a mí y me abraza como solo una madre sabe hacer. Mientras lo hace siento su amor, su orgullo y agradecimiento por haber sacrificado tantos años de mi vida en cumplir con los deseos de mi padre. Es como si me hubiera quitado una mochila cargada de piedras. Naomi me da un puñetazo en el hombro y se echa a reír cuando levanto una ceja haciéndola entender que ni siquiera lo he notado.

Esa misma noche después de una cena llena de recuerdos y risas, vuelvo a mi apartamento. No puedo explicar la alegría que siento. La tranquilidad de saber que mi familia más cercana y la más importante me respalda; la enorme emoción porque, por fin, esto empieza.

Al día siguiente comunico al bufete mi renuncia. Dejaré de ejercer, aunque seguiré participando en las decisiones que afecten a la empresa. Mi hermana y yo, ahora que papá no está, somos los socios mayoritarios. Naomi también es abogada, pero a diferencia de mí ella disfruta su profesión con cada célula de su ser y es buena, muy buena.

En mi mente se dibuja un plan muy sencillo. Necesito un año sabático para decidir qué hacer con mi vida y para ello tengo que alejarme de todo. Quiero irme a algún pueblo tranquilo de la costa, alquilar una casa y dedicarme a pintar. Una cura de estrés, un reset total y ya iré viendo. Como no tengo preferencia por ningún lugar, hace días elegí una zona costera y compré un mapa detallado. Ahora estoy sentado en el suelo con las piernas cruzadas, el mapa extendido en el suelo frente a mí y una copa de vino tinto en la mano izquierda. Doy un pequeño sorbo, con los ojos cerrados levanto el dedo índice y, sin más, dejo que el destino me hable.

LOLA

JAKE

Lola, o Lol como la llamamos nosotros, es mi mejor amiga desde la escuela. Sin ella no habría podido aguantar todos estos años como lo he hecho. Tiene una personalidad contundente, es dolorosamente sincera, directa, leal como nadie, realista pero positiva, fuerte física y emocionalmente, y de verdad, preciosa. Todo esto en un metro sesenta de estatura. Siempre hemos estado ahí el uno para el otro, me conoce mejor que nadie, mejor que yo mismo. Me adivina con una sola mirada de sus ojos verdes. A veces da miedo. Creo que, de haber querido, ¡habría sido la espía perfecta!

Es hija de un empresario español muy influyente, don Esteban Rodríguez. Su familia se dedica al desarrollo y venta de armas. Nunca he querido profundizar demasiado en el tema, pero me da que tienen amigos hasta en el Infierno. Nació y se crio en Madrid, España, hasta que con quince años se mudaron a Estados Unidos. Aquí, mi padre ha representado legalmente al suyo en muchísimas ocasiones y eso ha forjado una gran amistad entre nuestras familias.

Con doce años su padre le dijo sin rodeos que era vital que supiera defenderse, sabe Dios por qué, así que dejó a su elección qué tipo de arte marcial o entrenamiento quería aprender. Lola se decidió por el Krav Magá. No sé por qué eligió el sistema de lucha oficial del ejército israelí, pero debió parecerle bastante efectivo. Ya siendo una niña tenía bien claras las cosas. Lola no tiene rival en combate cuerpo a cuerpo y es capaz de convertir cualquier cosa que tenga a su alrededor en un arma letal. Ni que decir tiene que gracias a la empresa familiar maneja a la perfección cualquier arma de fuego que caiga en sus manos.

Con tantos años de entrenamiento ha llegado a ser maestra de este tipo de lucha e imparte clases en su propio gimnasio. Ella es la responsable directa de mi cambio físico de enclenque palillo andante a, bueno, lo que soy ahora. Según sus propias palabras: «un cacho de pan musculoso, de un metro ochenta y tres, y algo de cerebro». Cómo la quiero. Marco su número de móvil.

—¡Hola, Jones! ¿Ya tenemos destino? —pregunta con esa voz suya tan particular, suave y sexy, acompañada de su bonito acento. Ojalá me gustara, pero ¡me da miedo tener una novia capaz de matarme si se me olvida comprar naranjas para el zumo de la mañana!

—¡Hola, Lol! Sí, tenemos destino. El pueblo se llama Oldbay. He investigado un poco y me puede cuadrar. Tiene los habitantes justos para ser un sitio tranquilo, pero con todo lo necesario, y está cerca de Norfolk.

—¡Aaahh! O sea que Virginia entonces… Bien, bien, Jones. ¿Has mirado ya la vivienda?

—Tengo algunas candidatas. Busqué en una inmobiliaria de la zona y me llama la atención una pequeña casa independiente con algo de terreno. Me gusta porque parece reformada y tiene un mirador muy chulo al mar. Hablé con la chica de la agencia. Dijo que me llamaría hoy para confirmar si estaba disponible, al parecer tenía que preguntar algo al dueño. Te pasaré el enlace para que veas las fotos y le des tu visto bueno.

Sonrío al decir esto. Sé que ella no dejará que vaya a ninguna parte si no lo aprueba. Me gusta que me ayude, siempre ve algún aspecto que a mí se me ha escapado.

—¡Perfecto! Voy a echarle un ojo y a hacer mis propias averiguaciones. —Escucho cómo se ríe—. Te llamaré con mi veredicto. ¡Hasta luego, flaquito!

Cuando corto la llamada una legión de mariposas inmisericordes ya se han adueñado de mi estómago.

***

Ha pasado una semana, el camión de la mudanza está cargado y a punto de salir hacia mi nueva vida. Ayer me despedí de mi madre y de mi hermana. Lol me espera abajo. Va a acompañarme, estará conmigo un par de días y luego volverá a Nueva York en avión. Era condición indispensable que hubiera un aeropuerto cerca por si tenía que venir en mi ayuda. Me reía ante esto. ¿Qué podría pasarme en un pequeño pueblo de Virginia? De todas formas, quiero estar bien comunicado para poder ir y venir en caso necesario, y todos mis amigos tienen pensado visitarme con regularidad. No sé… ¡Igual no consigo estar tan solo al fin y al cabo! Me echo a reír mientras digo adiós mentalmente a mi apartamento. Cierro la puerta, y con ella, al pasado.

OLDBAY

JAKE

Es un viaje largo, pero lo queremos hacer sin prisas. Los del camión de la mudanza tienen las llaves de la casa, así que pueden ir descargando todo mientras Lol y yo llegamos.

Son las tres de la tarde y, por fin, estamos entrando en el pueblo. Gracias a Street View nos habíamos hecho una idea del aspecto del lugar. Típico pueblo costero, muy bonito, parece bien cuidado. Hay poco ambiente debido a la hora, pero se ven pequeños comercios con todo tipo de cosas. Un paseo marítimo con bares, terrazas y una playa de arena clara y fina. A las afueras del pueblo está mi casa en un alto del terreno. En efecto, tiene un mirador que se asoma al mar desde un pequeño acantilado. Aparco el coche un poco alejado del camión de la mudanza y nos dirigimos directos al mirador.

—¡Es precioso! —dice ella mientras cierra los ojos y aspira el aroma del mar, una leve brisa mueve sus rizos castaños—. Esto no tiene nada que ver con Nueva York, ¿eh? —susurra aún con los ojos cerrados.

—Es verdad…

Sonrío mirando al horizonte mientras observo el mar en calma. Hace una temperatura suave. Estamos en junio y empieza a hacer calor, pero la brisa ayuda a refrescar el ambiente. Desde aquí hay una caída considerable, debe haber unos treinta metros hasta las rocas bañadas por la espuma del agua. Me aseguro de que la barandilla de madera está bien firme, agarrándola y pegando un par de tirones hacia delante y hacia atrás.

—No parece que esto se vaya a mover, ¡está bien anclado al suelo! —digo mirando la parte de los postes que se inserta en el suelo.

—¿Ahora tienes miedo a las alturas, Jones, o te preocupa que el fantasma de tu padre te empuje por salir huyendo?

Nos echamos a reír. Ese tipo de bromas solo tienen gracia si las dice ella. Su peculiar humor me gustó desde el primer día.

Suena mi móvil y reconozco el número en la pantalla. Es la chica de la agencia inmobiliaria. Dice que se pasará en un par de horas para saludar y hablarme un poco más de la casa. La vivienda es de una sola planta más el ático, pero por lo que me dijo esa parte no está reformada, así que será más bien un desván. Existe una piscina de tamaño mediano en el terreno que hay entre la salida de las puertas de atrás, que dan al salón, y el mirador. Está vacía y sucia, se ve que no la han cuidado mucho en los últimos tiempos. Tendré que ponerme con ella en cuanto me instale. Ninguno de mis amigos me perdonaría tener una casa con una piscina inservible.

—¿Quién era? —pregunta mi amiga al tiempo que nos alejamos del mirador.

—Susan, la chica de la agencia, vendrá en un rato.

Me asomo al borde de la piscina, el fondo está peor de lo que creía.

—Ah… Acabo de ver a una mujer pasar por una de las ventanas, pensé que ya estaba por aquí.

—No, vendrá en un par de horas, habrás visto a alguien del equipo de la mudanza —digo distraídamente mientras Lol levanta una ceja y mira hacia los trabajadores.

Por fin nos dirigimos a la casa. Al entrar la impresión es buena, aunque hay un barullo tremendo con toda la gente entrando y saliendo, colocando muebles y distribuyendo cajas. Durante el viaje estuve explicándole a Lol los detalles de dónde y cómo quería las cosas, así que me ayuda a organizar y a dirigir al personal.

La casa está reformada con una decoración moderna pero sencilla. El propietario ha unido la cocina con el salón dejando un espacio abierto muy amplio y bonito. Los colores neutros que han utilizado en paredes y muebles crean un ambiente luminoso, y el contraste con el suelo de madera oscura me gusta bastante. Las fotos de la agencia no le hacen justicia a la vivienda, a pesar de que esta parecía más grande debido al gran angular que utilizaron al fotografiarla. El tiempo se nos va volando y de repente, vemos entrar por la puerta a Susan que se dirige a mí con una gran sonrisa en los labios y la mano extendida.

—¡Buenas tardes, señor Jones! Encantada de conocerle al fin —saluda con voz cantarina.

—Buenas tardes, Susan, igualmente. Perdón por mi aspecto, ¡no hacemos más que cargar cosas y desembalar cajas! Le presento a Lola Rodríguez. Mi amiga ha tenido el maravilloso detalle de acompañarme para que me instale más rápido.

—Encantada, señorita Rodríguez. Espero que la casa sea del agrado de ambos —dice estrechando la mano de Lola y echándole una mirada no muy discreta de arriba a abajo.

—Oh, a mí la casa me da igual —responde mi amiga con tono tranquilo—. Yo he venido para asegurarme de que no hay asesinos cerca ni nada por el estilo. Nunca se sabe en estos pueblos tan apartados.

No puedo evitar que se me escape una pequeña risita mientras miro a Susan, que se ha quedado con la sonrisa petrificada y los ojos muy abiertos mirando a Lol.

—¿Assesinoos? —Es lo único que alcanza a decir la pobre chica. Superado este gracioso momento, al menos para Lol y para mí, Susan comienza a explicarme los detalles de la casa, cómo funciona la caldera, dónde están el cuadro de la luz y la llave del gas…

LOLA

Abro los ojos tras inspirar profundamente la brisa marina. Me gusta este lugar, pero, hay algo que no termino de identificar, una sensación. Me giro hacia la casa cuando a Jake le suena el móvil. Mientras contesta, veo todo el jaleo de personal moviéndose y las montañas de cajas apilándose en todas partes. Percibo por el rabillo del ojo el leve movimiento en una cortina de una de las ventanas de la fachada. Mi vista se dirige hacia allí al instante y veo a una mujer joven mirándonos. Me llama la atención porque está muy quieta, en comparación con el resto de gente que no para de moverse. De pronto, se da la vuelta despacio y se pierde en el interior de la vivienda.

Le pregunto a Jake quién le ha llamado y me dice que es la chica de la agencia inmobiliaria; no vendrá hasta dentro de un par de horas. Le comento que he visto a una mujer pasar por la casa y contesta que será alguien de la empresa de mudanzas, pero no, de eso nada. En el equipo que salió esta mañana de Nueva York no había ninguna mujer. Decido dejar ese tema en la recámara y ponernos a trabajar, ya pensaré en ello más tarde.

Cuando por fin llega la agente inmobiliaria lo primero en lo que me fijo es en su aspecto. Debe de rondar mi edad, treinta y seis años. Un metro sesenta y cinco, más o menos, complexión delgada, rostro agradable, pelo suelto a la altura de los hombros, rubia natural. Demasiado maquillada y demasiado bien vestida para una simple visita de trabajo. Ella ya sabía qué aspecto tenía Jake, por lo menos su cara, porque su foto iba en la documentación que él le envió para alquilar la casa, así que es obvio que se ha arreglado de más para causarle una buena impresión. Eso y el escáner de arriba abajo que le ha hecho según ha entrado por la puerta denotan un claro interés por mi amigo.

No la culpo por eso, Jake es un bombón rubio. Y reconozco que el look vaqueros desgastados, zapatillas y camiseta blanca, que siempre se le ajusta de más en los brazos, le queda de escándalo. Una carcajada resuena en mi interior… Pobrecita.

JAKE

Susan me dirige una sonrisa blanquísima y comienza a pasear despacio por la habitación.

—La casa ha estado deshabitada unos años hasta que el propietario decidió que era hora de sacarle algo de partido, dado que está en una ubicación privilegiada, así que la reformó y la puso en alquiler. No hay mucha gente que quiera venir a vivir a un pueblo, aunque tenemos Norfolk cerca y Oldbay tiene todo lo necesario para el día a día. Pero aquí está usted, señor Jones, ¡será el destino! —exclama con entusiasmo—. Siempre es una alegría que llegue gente nueva a nuestro querido pueblo.

Parece realmente feliz de que la casa esté habitada otra vez.

—No me cabe la menor duda… —murmura Lol carraspeando cerca de mí mientras mira para otro lado. Sonrío porque no me queda otro remedio, estoy seguro de que ya ha sacado sus conclusiones sobre Susan y sobre la casa. Cuando nos quedemos solos me lo soltará todo.

—La piscina no parece reformada —comento mirando hacia fuera.

—Es cierto, la piscina no la tocó. El propietario pensó que como tenemos el mar tan cerca tampoco era urgente.

—¿Hay alguna empresa en el pueblo que me pueda echar una mano con eso de ser necesario?

—Empresa como tal, no. Hay un chico que se dedica a reparaciones, pequeñas reformas… Se llama Daniel Ward, ahora mismo busco el número de teléfono y se lo paso. Él es una de las últimas adquisiciones del pueblo. Llegó hace un año y ya se ha hecho su hueco entre nosotros. Es un poco serio y callado, pero trabaja bien y es educado.

Lo de serio y callado lo ha dicho con cierto pesar.

—¿Quién es el antiguo dueño? —pregunta Lol. Aquí comienza su interrogatorio. Espero que Susan sea rápida en las respuestas o Lola se la comerá con patatas.

—El señor Hugh Cox, o sheriff Cox, como le llamamos todos por aquí.

Me sorprende un poco que no me hubiera dado ese detalle antes; ser el sheriff del pueblo es algo importante… Investigaré más sobre eso en otro momento.

—¿Hay vecinos cerca?

Siguiente pregunta de mi espía particular. La conozco, algo no le cuadra.

—Bueno, relativamente cerca. Como a quinientos metros está la casa de los Michaelson.

—Y ¿hay alguna mujer joven entre ellos? —insiste.

—La hija del matrimonio, debe tener unos veinte años. Ella es un poco… especial. Aunque es muy buena chica, eso seguro. ¿Por qué lo pregunta, señorita Rodríguez?

Susan frunce un poco el ceño, quizá le extrañe que se interese por eso en particular.

—Por nada, simple curiosidad.

Lol está echando cuentas mentales. Debe haber preguntado por lo que me ha dicho antes de la mujer que ha visto por aquí. ¿Será posible que esa chica se haya colado en la casa para cotillear durante un rato?

Al poco, Susan dice que se tiene que marchar, no sin antes pasarme el contacto del chico de las reformas y repetirme unas dos o tres veces que está disponible para cualquier cosa que necesite a cualquier hora. Cuando sale por la puerta se vuelve para mirar hacia nosotros y se tropieza con una caja. No llega a caerse, pero la pobre se va roja como un tomate.

—Acabas de ganar una devota fan, Jones. Espero que no haya saboteado nada en la casa para que te veas obligado a llamarla pronto y tenga que acudir amablemente en tu ayuda.

Lol me regala su típica sonrisa de medio lado. Me doy un apretón en la nuca con la mano a modo de auto masaje. Esto me hace cerrar los ojos un segundo y mirar al techo suspirando. Acabo de darme cuenta de lo cansado que estoy. Un estentóreo gruñido de mi estómago rompe el silencio.

—¡Vamos a merendar algo, anda! —le digo de buen humor. Sin decir nada y rápida como una exhalación, Lol saca su móvil.

—Hay dos pizzerías en el pueblo. Esta tiene mejores reseñas… ¿Carbonara o especial de la casa?